Historias desclasificadas del periodismo policial: ESAS CRÓNICAS ROJAS DE ANTAÑO…

Reportaje publicado el lunes 8 dejunio de 2009 en la revista cultural digital Aceite Humano (www.aceitehumano.cl)
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El principio de transparencia que anima a la Reforma Procesal Penal ha puesto en las calles a una suerte de batallón de periodistas a la caza del delito y el crimen. Desde luego que no se ha descubierto la pólvora. Curtidos reporteros que años atrás gastaron mucho más que las suelas de sus zapatos como exponentes de una prensa que batallaba día a día con hartos menos recursos económicos y tecnológicos que los de hoy conocieron en carne propia las vicisitudes de este exigente género. Aquí, cuentan algunas de las cosas que vieron. Y vivieron.
El delito en sus más diversas formas. El amor y el odio como justificativos del crimen y la violencia. Encarnaciones del lado más oscuro de lo humano como el abuso sexual y el suicidio suceden a diario, más allá de los estratos socioeconómicos, las creencias religiosas, las filiaciones políticas, el sexo o la edad.
¿El ancestral llamado de la carne y la sangre se vuelve estelar en un país no ajeno a muestras de modernidad y que se encamina al desarrollo? Todo parece indicar que sí. Es más, no hace falta más que ver un noticiario de TV para percatarse de la relevancia que la sordidez adquiere a diario. El fenómeno, sin embargo, trasciende la pantalla chica. También se advierte en los titulares de la prensa escrita, los medios electrónicos y radiales. Emociones y morbo... para grandes y chicos.
Más allá de los mismos autores del delito y de la propia policía, jueces, fiscales y defensores públicos se han convertido en verdaderas personalidades de la contingencia.
A ellos debe añadirse otro eslabón de la cadena: los periodistas. Y es que el aumento de la percepción de inseguridad ciudadana se ha convertido en rica materia prima de los informativos, lo que sumado al actual carácter público de las audiencias judiciales y la exposición del proceder policíaco, ha generado un verdadero caldo de cultivo rojizo cuya ebullición parece nunca decaer.
Por supuesto, no fue la reforma judicial la que creó una nueva estirpe de profesionales de la comunicación. Desde sus inicios, la prensa nacional abordó los distintos aspectos relacionados con el delito, logrando, muchas veces, crónicas estremecedoras.
Hubo una vez un periodismo policial sustentado en el “olfato”, la agudeza e incluso la astucia para dar con una noticia y salir al paso de las dificultades de un género no exento de obstáculos, en un tiempo en el que no había computadores personales, telefonía celular, Internet, u otros artilugios tecnológicos. Pero el trabajo, claro, se hacía igual.
Cuatro periodistas de la “vieja escuela” ilustran cómo se daba la pelea con aquel particular tipo de reporteo, esencialmente movedizo y callejero.
Una suerte muy chancha
Pasó hace unos cinco años. El jefe de fotografía del diario La Cuarta está en la subcomisaría Población Alessandri, de Estación Central, estampando una denuncia por maltrato de animales contra uno de sus vecinos. En el retén advierte que se ha implementado un "mini zoológico" el que, según averigua, es a menudo visitado por niños de jardines infantiles y escuelas. De pronto, algo llama su atención: todos los animales transitan libremente, salvo un chancho, encerrado en una suerte de celda. Indaga. "A éste tuvimos que encerrarlo, porque la semana pasada atacó y se comió al pavo", le cuenta un suboficial.
De regreso al diario, relata la anécdota al editor de la sección policial, Manuel Vega, quien va al sitio del suceso. Consulta sobre la iniciativa del zoo, sin revelar que sus reales intenciones son averiguar sobre el recluso de cuatro patas. Para dar fe del momento, se fotografía, acuclillado y con su libreta de notas frente a la celda del chancho “Daniel”.
Su mente trabaja a prisa.
"Últimas indagaciones indican que porcino habría matado al pavo en defensa propia y no por envidia. ¡EXIGEN INMEDIATA LIBERTAD DEL CHANCHO!", se titula la nota publicada al día siguiente. A partir de ahí, el tema adquiere rango noticioso y hasta de la TV llegan reportearos. Gracias a su olfato profesional, el periodista había "golpeado" a la competencia.
La historia tiene éxito entre los lectores, atentos al drama "procesal" del puerco.
Dos días más tarde, Vega continúa sus informes del caso. El 12 de septiembre de 2003, cuando concluye la historia, el reportero la transfigura, teniendo en mente la conmemoración del golpe militar del ´73. "¡Al fin y al cabo, no era ni más ni menos que un asesinato en un cuartel policial...! ¡Y había que investigarlo!", cuenta, sonriendo, aunque moderadamente.
La trilogía noticiosa sobre el chancho Daniel deambuló en diversas universidades, ya que algunos profesores de periodismo mostraron así a sus alumnos las posibilidades para contar "de otra forma" un hecho noticioso.
Elocuencia demoníaca
Desde principios del siglo XX, a la par de la industrialización de los medios informativos, cobró relieve y sitial preponderante en el interés de la ciudadanía la llamada "crónica roja". Paralelamente al periodismo radial y antes del auge televisivo, se consagró en diarios y periódicos, otorgando a algunos de sus cultores un aura casi heroica.
El género fue muy exitoso durante décadas. Contó con periodistas y reporteros gráficos que "golpeaban" a los mismos detectives al llegar antes al sitio de un suceso, haciendo también gala de ingenio y voluntad para intuir donde estaba una noticia, contarla bien y publicarla.
Carlos Jorquera, quien trabajó en policial en la década del 60, tiene una anécdota que lo ilustra claramente. A cargo de la edición del vespertino "Ultima Hora", una mañana le telefonea el periodista Miguel Torres. El caso era, supuestamente, un asesinato a balazos en el conventillo "El Chiflón del Diablo", cercano a la calle San Pablo.
Pasan las horas. Los reporteros del diario van despachando sus notas y el espacio para la información se reduce hasta sólo un fragmento de columna.
Suena el teléfono. "No: fue suicidio", le cuenta Torres, quien agrega que el hombre trabajaba como "encerador". Jorquera, con el tiempo en contra y el "jefe de impresión" apurando, actúa rápido. "¿Cómo resumir el caso y dar la noticia?", se pregunta. De pronto, recuerda el fragmento de un tango, que dice: "Dormía tranquilo el conventillo/ nada turbaba el silencio de la noche/ cuando se oyó sonar allá en la oscuridad/ el disparo de una bala fatal./ Corrieron ansiosos los vecinos/ que presentían el final de aquel drama./ Lo encontraron tirado en una cama/ en un charco de sangre..." Y ahí estaba: el tango "El pobre payador" relataba el hecho, en el espacio preciso que quedaba para llenar la página antes de imprimir el diario. ¿El título de la información? "El Pobre Encerador".
Jorquera rememora su paso por el género en el tradicional restaurante "Las Lanzas" de Ñuñoa. "Trabajar en policial era `sabroso´ y permitía conocer la sociedad como realmente era". Enfatiza, tras una enigmática pausa: "En su verdadera dimensión".
Los “anatomistas”
Algunos años atrás, un grupo de periodistas, fotógrafos y camarógrafos estaba en una población tras reportear el incendio de la vivienda de una familia muy pobre, en el que habían perecido tres niños, encerrados y solos.
Se oían gritos desgarradores. El lugar entero parecía rezumar espanto. De pronto, uno de los camarógrafos interpela a los presentes. "¡Yo no sé qué cresta hacemos aquí, cuando este dolor ni siquiera es nuestro! Dejemos que esta gente viva su duelo sola. Yo me voy". Y eso hizo. Uno a uno, los hombres le siguieron, cabizbajos y sintiendo que su presencia sólo aumentaba la desdicha de los deudos.
La historia, recordada por un reportero policial aún en ejercicio, ilustra cómo trabajar en este género exige templanza y fortaleza para vincularse con relatos no ajenos al dolor y el dramatismo. Mundo exigente, en el que se convive con el delito y la miseria, requiere de constancia y perseverancia profesional para seguir un caso y obtener buena información.
El periodista policial trabaja "las 24 horas del día", pues en el sector “las noticias suceden a cada momento", subraya Manuel Vega. Sin que su vestuario ni manera de hablar remita a su diaria convivencia con delincuentes e historias ignominiosas de la más diversa índole, se hace cargo de un malentendido generalizado. "La gente cree que nosotros somos una suerte de anatomistas que pasamos el día descubriendo cuerpos(...) Eso no es así. Tampoco nos volvemos insensibles, al contrario. En este trabajo se ven cosas espantosas y cierto tipo de `humor´, para los periodistas policiales, se convierte sólo en una coraza frente al horror. Por supuesto, también hay situaciones que `te quiebran´, como los abusos sexuales o la violencia contra menores".
Varias reporteras ejercen actualmente como periodistas policiales, lo que ha sido una constante en la historia del género. Muchos estudiantes, hombres y mujeres, se iniciaron profesionalmente en el sector, instados por sus predecesores, para quienes era una excelente "escuela" que brindaba herramientas básicas de investigación. Glorias del periodismo nacional y nombres reconocidos de hoy, tuvieron su debut siguiendo casos intrincados.
Vega hizo su práctica profesional en la sección policial de Las Últimas Noticias, pese a que sus intereses se enfilaban hacia la redacción cultural. “Sin embargo, los `viejos´ reporteros con muy buen ojo enviaban a los practicantes a policial porque sabían que ahí se aprendía a reportear. Creían que quien se iniciaba ahí después podía investigar cualquier cosa. Es una suerte de mito, pero creo que era razonable”, recuerda.
Esa extraña fascinación
Relatos en los que párrafo a párrafo conocemos la humanidad descarnada, vienen recorriendo nuestra prensa ya desde sus orígenes en el siglo XIX, cuando adquieren la dignidad del verso popular. Dos siglos después, a los clásicos "temas del género" se unen flagelos propios de hoy, como el narcotráfico, el lavado de dinero, la asociación ilícita, la violencia intrafamiliar y el abuso sexual de menores, todos delitos que están siendo profusamente difundidos sobre la base del principio de transparencia que anima a la Reforma Procesal Penal.
De esta manera, noticias reporteadas en medio de la contingencia diaria pueden ser punto de partida para indagaciones de vasta profundidad que arrojan luz sobre realidades que van más allá de los hechos puntuales. Es así cómo se abre un ámbito que, si bien requiere alta exigencia y despliegue de recursos, puede ser sumamente reconfortante para los profesionales de la prensa: el periodismo de investigación.
Las investigaciones televisivas han contado desde sus inicios con un atractivo esencial para las audiencias gracias al poderoso imán de las imágenes. En materias policiales, no pocas veces la pantalla se ve inundada de sangre, violencia y crueldad.
La prensa escrita, claro, no ha estado alejada de estas prácticas. Así, durante décadas, las crónicas policiales de los diarios fueron acompañadas de fotografías escabrosas. Un jubilado periodista que se vio inmerso en ese formato advierte que es actualmente inviable. "La reacción de rechazo y repulsa sería instantánea. Creo que el público está más humanizado. Si de crueldad se trata, prefiere leerla y no verla. Ya hay demasiado horror como para darle a la gente extra”, reflexiona, rodeado de diarios y revistas en la biblioteca del Círculo de Periodistas.
Hombre muerto caminando
Hasta 1973, medios con rotundas cifras de lectores salían a la venta, pese a su pasmosa estrechez económica. Entre ellos, el tabloide vespertino "Ultima Hora", ubicado en un departamento arrendado a un dentista en el pasaje Tenderini, según contó al autor de estas notas el periodista Alejandro Cabrera, poco antes de un año que falleciera a causa del síndrome de Guillain-Barré, enfermedad catastrófica de inusual ocurrencia.
Tras recopilar la información, relataba, los periodistas llegaban a la sala de redacción, en donde maltratadas máquinas de escribir "Underwood" y "Royal" veían salir sus "carillas". La oficina tenía un solo teléfono. Nada de computadores, internet o celulares. Y los cronistas recorrían las calles, en vehículos que no eran siquiera del diario.
Por aquellos días, los editores eran exigentes y cuando un texto no era bueno, a menudo "se iba directamente al tarro de la basura". Si era aceptado y luego derivado al corrector de pruebas no se toleraban los errores reiterados, pues "sencillamente, no se aceptaba en un diario a alguien que no supiera escribir".
Época en que la palabra valía oro, descollaron expertos en el arte de condensar ideas atractivamente. "Hubo colegas con mucho talento para titular. ¡Con un ingenio! A veces una crónica era una porquería, pero su título sensacional", refiere Cabrera.
A diferencia de diarios con más patrimonio, "Ultima Hora" debía llevar todo su material a una imprenta en calle Lira. Bajo la supervisión de un "reportero de turno" que debía conocer todos "los frentes", las páginas salían, salvo que sucediera un hecho relevante, a lo que drásticamente se ordenaba "parar" la impresión.
El ingenio afloró en muchos periodistas que buscaron ángulos novedosos de narración. La competencia era fuerte e impactantes fotografías de realismo estremecedor acompañaban a las notas policiales.
La pugna por una "primicia" era férrea. A veces, se llegaba incluso a algunas recreaciones un tanto impresentables. Famosa sería la foto publicada en la portada de la Revista Vea –la que además de policial, incluía novedades revisteriles- de un delincuente que sería fusilado durante la madrugada del día en que aparecía la publicación. Esa mañana, los lectores vieron la imagen del ejecutado, luego de recibir los balazos, instantánea genuina salvo por un detalle: el fusilamiento se había postergado. De esta manera, antes de partir efectivamente, el hombre alcanzó a ver, como todo Chile, el retrato de "su" muerte.
Leyenda negra
Junto con la admiración hacia los reporteros policiales a quienes se veía como personajes que se codeaban con detectives, iban al "lugar del crimen" y deambulaban en el "ambiente" de "los choros", muchos profesionales iban configurando sus propias historias oscuras. "Todo aquello tenía que ver con la tradición de una suerte de periodismo policial que se dio a conocer con la "novela negra" norteamericana, desde los años 30 y que, de manera muy similar, se vivió en Chile, tal como ahí se relató, salvo que aquí en vez de whisky había vino", recuerda un periodista consultado para este reportaje.
Mesas de redacción sobre las que se abrían paquetes de cocaína, repartida luego en hojas de matutino. Botellas de vino o cogñac a medio vaciar en un cajón de escritorio. Delincuentes enfurecidos, pistola en mano, o prostitutas entrando de noche a edificios de prensa. Esposas de grandes directivos que encuentran a sus cónyuges teniendo relaciones sexuales en su oficina. Escándalos, gritos, peleas y gente rodando por escaleras de diarios. Sórdidas historias sucedieron en todo tipo de publicaciones, desde Las Noticias Gráficas a Ultima Hora, de El Clarín a El Mercurio. Nació así una suerte de "leyenda negra" que se cernió durante años sobre el periodismo nacional, incluso más allá del género policíaco.
A la par del trabajo diario, un singular "modus operandi" guiaba a los periodistas más “bohemios”. Largas noches de conversación y farra en restaurantes, "picadas", bares, "boites" y prostíbulos en donde se vinculaban con una "fauna” variada, en la que no faltaban delincuentes, pero tampoco representantes de la ley.
Si bien el régimen militar impuso un silenciamiento forzoso en torno a la violencia policial y militar -la que algunos periodistas vulneraron arriesgando su integridad- no logró desmantelar tales costumbres. De acuerdo con un profesional que ejerció en aquella época "durante esos años, persistieron `veteranos´ del periodismo policial que sólo modificaron ciertos hábitos: si antes farreaban hasta la madrugada en los lugares `típicos´, con el `toque de queda´ se quedaban bebiendo igual, pero a puertas cerradas".
No va más
Aún al arribar la democracia, en ciertas redacciones se continuaba con tales prácticas, insostenible con la rigurosidad profesional que pronto predominaría. Sucedió así en "Las Ultimas Noticias", cuyos directivos vieron necesario acabar de golpe con el desenfreno y la distensión.
La renovación fue drástica y si había que despedir a alguien, se hacía. El encargado del "descabezamiento" fue el ya mencionado Manuel Vega, quien con su llegada al diario también volvía a trabajar en policial, dos décadas después de ser practicante en el mismo medio. Egresado de la primera promoción de la Universidad Católica de Antofagasta, se dedicaría a la docencia y reportear frentes ajenos al periodismo policial, para pasar en los ´80 a trabajar en la Editorial Lord Cochrane. Hasta que la cesantía golpeó a su puerta. Fueron meses duros, rememora.
Una mano amiga le ayudó. El periodista Enrique Ramírez Capelo le ofrecía volver a Las Ultimas Noticias a “modernizar” la sección, la que arrastraba una serie de falencias que mermaban el nivel del trabajo de los reporteros. “Fue el final de una época”, recuerda Vega. “Por aquellos días la relación entre los periodistas y los policías rozaba, a veces, la complicidad. Incluso, recuerdo la historia de aquel reportero y el oficial que barajaban quién saldría a comprar el whisky y la coca mientras el otro se quedaba en el departamento junto a tres mujeres que les acompañaban”.
Durante dos años el periodista trajo al medio gente nueva y con alto interés investigativo. "De hecho, con ellos se acabó `el carrete´. Si bien muchas veces salíamos tarde, nos íbamos a casa. Lo único que nos permitimos conservar fue almorzar durante la semana en una picada del sector norte de Santiago. Todo esto rindió frutos y convirtió a la sección policial del diario en la más exitosa de buena parte de los `90. Los otros medios iniciaron una reformulación semejante", sostiene Vega. Un episodio anecdótico corrobora tácitamente sus dichos: poco antes de ese ajuste, un estudiante de periodismo llegó a Las Ultimas Noticias a hacer su práctica en la sección. El joven reportero trasladaría a una novela sus experiencias y el sórdido ambiente que le rodeó. "Tinta Roja" fue el nombre de la obra y el practicante Alberto Fuguet.
Esta especie de revolución copernicana fue más allá de los métodos de trabajo en los medios. Otra razón dio rigurosidad y "cientificidad" al periodismo policial: las contundentes modificaciones en Investigaciones, donde los generales directores Horacio Toro y luego Nelson Mery se dedicaron a expurgar de elementos perjudiciales a la institución. "Llegaron, literalmente, a desmantelar la corrupción", afirma Vega en la sala de redacción de La Cuarta.
Suena el teléfono de su escritorio. Pide interrumpir un momento la entrevista. Escucha por breves segundos a su interlocutor y reacciona rápidamente: "Ya ¿y adónde pasó?". Sorbe unos tragos de café. Sobre la mesa, la grabadora detenida confirma el fin de la conversación. Pero no es necesaria: la libreta llena de apuntes –no se puede confiar todo a la tecnología, como bien lo supieron los antiguos periodistas policiales-, sirve para registrar el comentario final. “El mejor corresponsal que tenemos es la gente”, explica Vega. “El lector de La Cuarta es muy comprometido. Siempre que hay problemas en su población llama acá, a su diario popular”. Y enfatiza: “Siempre, todos los días”.
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